jueves, 24 de julio de 2008

¡Hagámoslo!

Hace ya dos décadas que lo habían perdido por culpa de una apuesta tonta, aun que no había arrepentimiento en sus rostros, se preguntaban qué podía haber pasado con su hijo, ellos le habían puesto de nombre: Ricardo… pero no estaban seguros de que ese nombre hubiera sido usado para que lo registraran, bueno, en fin, aquel muchacho había sido abandonado a su suerte por culpa de sus padres, que habían jugado al Póker aquel día y al no tener más dinero que apostar, habían apostado a su hijo recién nacido, “no podríamos perder mucho ¿verdad?” habían dicho, y bueno, ocurrió lo que les comenté, perdieron al infante.

No se habían preocupado por buscarlo, seguro que sus apoderados estaban bastante felices por tener a un hermoso niño con ellos, y la verdad es que este niño no era muy “hermoso” que digamos… pero esa es otra historia. Renzo y Matilde habían pasado esos veinte años con la mayor normalidad posible, cada vez que les preguntaban por su hijo ellos respondían que había muerto y que lo habían cremando en secreto, para que la población no se enterara del profundo dolor que estaban sintiendo en esos momentos, vaya mentira mas original (xO).

Renzo daba servicios de refrigeración de productos enlatados, era un negocio que le proporcionaba una buena cantidad de dinero, y Matilde había heredado la pequeña fortuna de su tía Enriqueta. En su pequeña casa solo vivían ella y su marido, y su perro sin nombre, simplemente le llamaban “perro” o “bestia”. Nunca les había gustado poner nombre a las cosas, pero tampoco les gustaba ponerles nombre a sus animales domésticos, habían tenido como mascotas a “gato” a “tarántula” a “escorpión” y a “pitón”, todos habían muerto porque habían luchado y perdido en peleas clandestinas de animales, organizadas por el alcalde de la ciudad, que había sido un criminal, pero que después de haber sobrevivido a un accidente de transito su vida había cambiado totalmente y ahora era predicador y creía en el paraíso.

Renzo estaba construyendo una maqueta a escala, de su propia casa, cuando en ese momento a Matilde le entra pánico al ver a “perro” comerse la comida del día, ambos pensaron que iban a morir de hambre, cuando se le ocurrió a Matilde una idea espectacular, “Hay que comérnoslo. Ya es hora”, así que tomaron a “perro” por el pescuezo y le cortaron la yugular con un cuchillo bien afilado, lo despellejaron y lo partieron en trocitos, luego lo cocinaron y quedo un plato verdaderamente exquisito. “Esta bestia ha estado deliciosa, ¿Cuándo compramos otro Siberian Husky?” dijo Renzo y Matilde lanzó una carcajada.

En ese momento tocaron la puerta (toc toc toc), “¡visitas!” “¡genial!”.

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